lunes, 6 de junio de 2011

Estela Blanca

Tú, Santísima Madre, Reina Celeste, Casa de mil puertas, Mar de llanto, Escudo de guerra, Piedra primera, Fuego misterioso, Moneda invaluable, ruega por nosotros. Ruega sin pudor como yo, como todas: pide, implora, suplica, reclama, exige, ordena.

Vengo, Madre mía, a cumplir mi promesa; la promesa de tocar a tu casa cien veces, de colgar mi nombre en cada muro, de regar el olivo de mi frente con tu tormenta. Tú, Cortina de estrellas, que nada niegas si uno tiene fe, que se levanta y piensa en tu divina imagen y gloriosa fuerza. Yo, que igual cierro los ojos y paso con cuidado las hojas del calendario, hago caso del punto que no hace regresar el hilo por preciso, administro la sal grano por grano, con la prudencia de una flor al deshojarse.

Ayer dejé de mirar el espejo, Azucena amarilla, porque ya nada impide que el rostro se contraiga y se encime la piel sobre la piel: los años sobre los años: la muerte sobre la muerte. Saber, Semilla de mostaza, que el futuro sólo es el pasado que se deshace. Porque ahora me toca quedarme a observar cómo la corriente fluye y me erosiona con su paso, me debilita y no se detiene a agradecerme el que esté allí, aunque nada sería de un río sin esa piedra que le permite ser río. Ya que la cosa es así, Bandera blanca, tú muy bien lo sabes: nuestra inmortalidad no es sino decorativa. Estar al ras del suelo es un punto que no se verá en la rosa de los vientos pero que existe y se llama tradición, cultura, condena. Para nosotras el Norte está rosando con el infinito. Qué no estoy yo aquí que soy tu madre, dijiste, y acaso no te acompañé bajo la falda de mi madre al calvario del mismo que fuera mi hijo y mi esposo.

Y hoy, Esposa fiel, Mujer de Bronce, Daga de David, Estela blanca, hoy comenzó todo. Hoy me veo más hermosa que nunca; hoy reconozco que merecía algo mucho mejor que esto. Admito que siempre tuve miserias, baratijas, y presumo que soy demasiado como para no poder mirarme al espejo y echármelo en cara: decirme que un día pude quitar más de una acostilla, destrozar la mandíbula de una fiera con sólo ordenarlo, sentir la seducción y joderle el futuro a la humanidad con la mano en la cintura. Ahora nada es más bello que cambiar el piso de mi casa, vestirla de cortinas y poner lilas en la mesa. Pinto a mi gusto el mundo y bebo de todo lo que se parezca a lo que nunca tuve; tengo más de lo que anhelaba y menos de lo que merezco. Vengo a tu palacio a agradecer el mío. No he terminado el rezo y pienso ya en uno más profundo, Magnífica. Tengo una oración que no vas a oír, pero que vive en nosotras desde la fecundación al parto. La oración que no se inculca, sino se mama, la misma que se lleva un cadáver en los labios.

Con esta toda vengo, Barco de arena, a agradecerte, Viento roto, a platicarte, Escalera invertida, a reprocharte, Cena devorada, a gritarte, Niña castigada, a confesarte, Candado de azúcar, a reflejarme. Aquí vengo y voy a cualquier lugar pues en todo sitio sigo siendo madre. La madre más cara de todas, la que sentó a todos en la mesa y lloró lo que tendría que haber llorado también el padre. La que fingió no saber de los vicios de cada miembro y los premió con el silencio. La que consiguió un hombre fuerte, astuto y violento para que nada nos faltase. Fui yo quien pude haber dejado al vacio a cualquiera pero no lo hice por hipocresía. Escogí a las mujeres de mis hijos y amenacé a cualquiera que propusiera un cambio. Yo sufrí la espera, el abandono, las visitas de los domingos a la casa de una familia que nunca nos reconoció como suyos.

Todo porque soy madre, tú me comprendes, estas donde te debes y este es nuestro lugar. Eres enteramente Madre, otra vez y siempre para cualquier hombre, pueblo o nación: por azar o verbo. Por lo que sea y por lo que quieras ruega por nosotros, porque desde que nací soy madre ruega por nosotros, solamente madre ruega por nosotros, por eso que nos une ruega por nosotros, por nosotros, por ellos y nada más.

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